Si me preguntan cómo definir ésta temporada os prometo que no sé por dónde empezar. Cada partido es una incógnita dolorosa que no sabes como acabará porque no sabes qué actitud tendrán tus jugadores.
Porque sí, el fútbol es impredecible. Puedes ganar, empatar o perder. Y, a veces, los equipos que parecen menos peligrosos son, precisamente, los que te ponen más trabas.
Pero esta temporada es una mezcla de ilusión por ver a mi equipo y desilusión según van pasando los minutos de partido.
Y me dueles Madrid. Me dueles más de lo que puedo y quiero reconocer.
Me dueles porque tu escudo vale oro. Me dueles porque agachas la cabeza cuando las cosas se ponen en contra y eso no va con el gen madridista.
Me dueles porque veo a jugadores que salen a pasear 90 minutos.
Me dueles porque estoy cansada de excusas.
Me dueles porque ERES EL MEJOR EQUIPO DEL MUNDO y te has empeñado en demostrar lo contrario.
Me dueles porque apareces en el Bernabéu y dejas que el CSKA te meta 3 goles.
Me dueles porque apareces por Sevilla o Huesca sin ganas de luchar.
Me dueles porque veo a la grada del templo madridista pitar a mis jugadores.
Me dueles porque, a pesar de todo lo malo que estás haciendo, ya quiero que llegue el sábado para verte jugar.
Me dueles porque sigo soñando con la 14.
Me dueles porque veo a un niño como Vinícius partiéndose la cara mientras otros se rinden ante el primer contratiempo.
Me dueles y ¿cómo evitar enfadarme? ¿Cómo evitar desilusionarme? ¿Cómo evitar sentir ésta rabia?
Por favor, que alguien despierte al Rey de Europa. Por favor, que alguien le explique a esos chicos lo que significa tu escudo, lo que implica tu historia.
Por favor, que alguien dé un golpe en la mesa.
En las malas siempre contigo. En las buenas también.
Pero deja de hacerme daño, porque por mucho que te perdone, querido Real Madrid, no puedo evitar esta rabia que hoy me corroe. Dejar de quererte es imposible. Y por eso me dueles. Por eso me enfado.
Querido Santiago Bernabéu, hoy me acuerdo de tus palabras:
“La camiseta del Real Madrid es blanca. Se puede manchar de barro, sudor y hasta sangre, pero jamás de vergüenza”.