La epopeya de la Décima: el camino del guerrero
Curiosamente ha tenido que ser el año en que peor pintaban las cosas cuando ha llegado la consecución de la tan deseada décima Euroliga. Prácticamente todos los aficionados al Real Madrid estarán de acuerdo en este punto.
Y es que la cosa empezó a ponerse muy fea el verano pasado con la grave lesión de Llull. Este iba a ser el primer escollo de muchos que el equipo blanco se ha ido encontrando en el camino que nos ha llevado a acabar celebrando por todo lo alto que volvemos a estar en lo más alto de la jerarquía europea. Las lesiones después de la de Llull han seguido llegando, además de la desgracia familiar que tuvo a Thompkins, uno de los héroes de la final, de vuelta a EEUU durante varias semanas. Pero como bien reza el dicho, «lo que no mata te hace más fuerte». El equipo fue sabiendo sobreponerse a la falta de jugadores importantes, y sobre esta a priori desdicha, empezó su crecimiento como un bloque sólido que ha sabido mantenerse dentro de los partidos por cuesta arriba que estos se pongan.
Si echamos la vista atrás, nos encontramos con que el punto de inflexión de nuestro ascenso hacia la gloria probablemente esté en el horrible partido que nos salió en Atenas contra Panathinaikos, el primer partido de la serie de cuartos donde llegábamos con factor cancha en contra. Ese revolcón que nos llevamos como si un miura nos hubiera pasado por encima a base de un físico imponente por parte de los griegos despertó a la bestia. Y esa bestia acabó siendo imparable. Desde entonces, el equipo no ha perdido ni un partido, acabó dejando en la cuneta a los griegos con una suficiencia pasmosa a pesar de seguir contando con alguna baja importante como la de Campazzo; liquidó en semifinales de la Euroliga al equipo del ejército ruso usando la técnica del martillo pilón, golpeando de forma constante de principio a fin, sin prisa pero sin pausa, y con la misma técnica acabó en la final con el equipo que más aficionados congregaba en Belgrado y que tenía en el banquillo al rey de la competición, Zeljko Obradovic.
Eso no es todo, porque todo lo conseguido fue con aquello del «más difícil todavía», teniendo en ambos partidos de la Final Four a Luigi Lamonica arbitrando, ese árbitro al que le gusta más el protagonismo que a las hermanas Kardashian. Aunque para hacer honor a la realidad, el italiano se mantuvo entero y no se dejó influir por el ambiente de lo que parecía un infierno turco. No le podemos negar que su carácter particular esta vez nos vino bien.
El camino de guerrero que ha seguido el Madrid ha sido difícil, ha hecho falta un paso adelante de los actores habitualmente secundarios, una evolución del propio Laso, que ha mostrado quizás su faceta más segura al frente del equipo, dejando atrás ciertas manías y siendo menos cuadriculado que en épocas anteriores llevando el sentido y la lógica a las rotaciones, y una ciclogénesis explosiva del carácter ganador que ha acabado asimilando la plantilla, quizás tras el primer batacazo de los cruces en Grecia.
Lo mejor de todo esto es que la victoria en la máxima competición europea hace que el ciclo de Pablo Laso, un ciclo que tras el fracaso del final de la pasada temporada parecía que se estaba agotando, vuelve a renacer y esto es sin duda muy positivo. Seguramente es más fácil hacer una transición suave y dulce dentro de un ciclo ganador que reestructurar todo desde los cimientos para volver a iniciar uno partiendo de cero. Son todo buenas noticias en la casa blanca.
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