Zidane y el efecto Pigmalión

Corría el 4 de enero del 2016 y se hacía oficial la noticia: “Zidane es el nuevo entrenador del Real Madrid”. Su etapa en el Castilla no fue especialmente buena, llegando incluso a no ser capaz de ganarle a La Roda, pero Florentino Pérez creyó que era el hombre adecuado y las dudas que suscitó a algunos, nada tenía que ver con la opinión que debía reinar en el vestuario.

Horas más tarde, Zidane se presentaba ante la plantilla. No era un desconocido. Para unos era el entrenador, para otros una leyenda del fútbol y para otros simplemente Zizou, pero algo era común, para todos era un ídolo, más aún cuando veían que en el entrenamiento podía hacer cosas tras varios años retirado que algunos no hacen en su máximo esplendor.

El nuevo entrenador no tenía la actitud de quien está por encima de todos, es más, el nuevo entrenador, el mismo que fue campeón del mundo, Balón de Oro o campeón de Europa con un gol histórico como jugador, no quería un papel protagonista y cedía todos los halagos hacia su plantilla.

Aquello no debió ser normal para tanto ego. Tuvo que ser algo como: “Oye, que el míster me ha dicho que soy el mejor en mi puesto y que le pegue al balón como crea conveniente”. Acto seguido se escucharía: “Pues a mí me ha dicho que soy el mejor del mundo, mejor que él”. Y de fondo: “Bueno… Sí que es cierto que me ha dicho que no hay un mejor capitán que yo”.

Todos eran buenos, todos tenían la confianza, todos eran los ideales. “Y, si somos los mejores, ¿por qué no vamos a ganar?” Había que esperar a ver como reaccionaba el míster en los momentos importantes, que es donde de verdad se le pueden ver las dificultades por la falta de experiencia.

No hacía ni 5 meses de aquel día en el que Zidane aceptaba el cargo de entrenador del primer equipo y ya estaban disputando una final de la Copa de Europa. Pero algo era diferente al resto de ocasiones en los que se disputan finales de Champions, el entrenador de un equipo sabe que va a ganar. Así lo perciben sus futbolistas, por cómo les habla, por cómo les mira, por cómo les anima. Va más allá, el partido llega a la prórroga y penaltis y Zidane, lejos de volverse loco a dar instrucciones que los jugadores ya no van a escuchar, se va hacia su estrella y le sonríe, pero le sonríe como si acabara de ver un ‘meme’ de Xavi Hernández vestido de jardinero.

El Madrid gana. Para algunos casualidad, para otros flor, para los jugadores confianza.

Final de Supercopa de Europa, Mundial de clubes, de nuevo la Champions… La plantilla cree que Zidane es único, que ponga el once que ponga van a ganar y que tengan al rival que tengan delante no van a perder una final. Los jugadores piensan que son los mejores. Bueno, no lo piensan, lo tienen clarísimo.

Zidane les ha hecho creer que no van a fallar y les sonríe. Zidane les acerca una botella de agua en medio de una final y les sonríe. El Cholo se despeina, se quita la chaqueta, da cuatro gritos, aplaude… y mientras Zidane… Zidane les vuelve a sonreír. Sabe que en medio del partido, más allá de algunos ajustes, ya no tiene nada que aportar, son los jugadores los que tienen que ganar y, como son los mejores, lo van a hacer.

El efecto Pigmalión. El mito del escultor que llegó a amar tanto a una figura que había tallado, que terminó cobrando vida. El experimento del profesor que creía tener a unos alumnos tan brillantes, que terminaron siendo brillantes, cuando realmente eran normales. El caso del entrenador que estaba tan convencido de tener a tan buenos jugadores, que le convirtió en los mejores.

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